Tomado de la revista Fucsia.
“Nunca me consideré capaz de dibujar o de pintar, de hecho, cuando era niña me regalaron unos óleos y papeles finos para que empezara a probar y después de los resultados una tía dijo que jamás en la vida debería siquiera considerar intentar algo en el arte.
He dicho varias veces que mi primer recuerdo es estar llorando sobre el lomo de un enorme perro de peluche llamado Bruno cuando tenía seis años y es verdad. Siempre me sentí triste, o así lo consideré por mucho tiempo, era la única definición que conocía para describir esa pena profunda que me acompañaba. Me encontraba lagrimeando sin razón aparente muchas veces y con el paso de los años simplemente consideré que era la normalidad.
En el colegio, ya grande, procuraba aislarme, solía salir a los recesos a leer sola y en los días más difíciles le rogaba a mi mamá para que me dejara quedar en casa, escondida entre las cobijas. Ninguna de las dos entendía bien que pasaba, para ella era una cuestión de rebeldía y mala actitud junto a esa rareza que siempre me caracterizó. Para mí, era la incapacidad de enfrentar la vida, a los otros.
Mientras estudiaba diseño llegó la primera gran crisis que por poco acaba con mi vida. Las personas no lo entienden, pero la depresión puede ser una condición mortal. Perdí mucho peso, sufrí insomnio crónico durante más de un año y medio, saltaba entre ataques de pánico y claustrofobia, desarrollé gastritis y una hernia hiatal y finalmente dejé de diferenciar sabores. No era una persona, era como una sombra que deambulaba sin sentido y sin fuerzas. En el camino y después de mucho buscar encontré dos terapeutas maravillosas que hasta el día de hoy han hecho que no solo acepte esta enfermedad sino que pueda sobrevivir a pesar de ella.
Desconocemos muchísimo sobre enfermedades mentales porque históricamente se han mantenido como un secreto, algo de lo que no se habla, la depresión fue incluso definida como un pecado, hubo una época en que la llamaban asedia.
Mientras me recuperaba de la crisis empecé a buscar más información sobre el tema y creía que podría enfrentar las siguientes porque conocía bien lo que tenía. Estaba completamente equivocada, nunca podré saberlo todo de esta enfermedad. Cada caída es diferente, como una huella dactilar, es por eso que no siempre es fácil de detectar en sus inicios.
Hace un par de años estaba sintiéndome muy mal, sin embargo podía comer y dormir, incluso más que en otros tiempos, por eso no creí estar nuevamente cayendo en ese pozo profundo. Quería lidiar con esa angustia por mi misma y en ese proceso una tarde en el trabajo decidí tomar un sharpie y mi libreta para dibujar lo que estaba sintiendo, quise contar con trazos el recorrido de esa montaña rusa que es vivir con depresión, la sensación de necesitar una grúa para abandonar la cama y ese nudo en la garganta que solo parece hacerse más y más apretado.
Dibujar era la forma en la que estaba tratando de evitar la terapia nuevamente, creía que no era justo volver donde la psicóloga y decirle que estaba en crisis otra vez, me daba pena con ella que tanto se había esforzado conmigo. Finalmente tuve que regresar a su consultorio, volver a las pastillas y seguir tratando de lidiar el día a día con esa piedra enorme sobre mí.
En cada consulta mostraba la libreta con mis garabatos y después de un tiempo; Ángela, mi psicóloga insinuó que debería hacer un libro. Me reí, la ignoré, y esperé que no se volviera a hablar del tema. Este bajón fue mucho más revelador que otros, por alguna razón no podía dejar de investigar, buscar, leer, ver, preguntar sobre depresión.
De alguna manera había decidido mantenerme con vida, si bien tenía (y tengo) muy claro que no me voy a curar, no quería seguir sumida en ese desdén, necesitaba un poco de sosiego y me empeciné con la idea de encontrarlo.
El tema del libro nunca dejó de estar sobre la mesa y muy a regañadientes, molesta, aterrada y triste empecé a trabajar en ese proyecto. Durante ese tiempo había empezado a experimentar con agua y pigmentos, un gran maestro aceptó guiarme en el camino y por primera vez sentí que había un lugar en el mundo para mí. Conseguimos una galería para tener una pequeña exposición de mis ilustraciones y pinturas, así como para sacar un libro que solo quería mostrar las escenas cotidianas de una vida con depresión.
Quedé exhausta, sorprendida pero especialmente conmovida por las respuesta de la gente que lo ha tenido en sus manos. Lo que yo creía que era sencillamente un trabajo de auto-exorcismo estaba siendo valioso para otros, se encontraron representados, quisieron salir de sus refugios para conocer a alguien más que entendía lo que les pasaba, que no hacía juicios y que creía que había formas para enfrentar a ese monstruo.
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