El Torito Ribeño y su ritual que despierta la tradición - Revista D'Notas

Publicidad Intermedia

sábado, 1 de marzo de 2025

El Torito Ribeño y su ritual que despierta la tradición

test banner


Eran las nueve de la mañana cuando un grupo de jóvenes y adultos llegaron a la casa Museo Torito Ribeño, una danza que encierra la historia cultural de la Familia Fontalvo desde hace 147 años. Afuera, el sol calentaba las calles del barrio, pero adentro, el aire se sentía lleno de secretos, cargado de historias dormidas entre trajes de congo, fotografías envejecidas y dos turbantes de Congos que adornaban la sala que parecían tener alma propia. La mayoría de los visitantes miraban con expectativa los objetos colgados en las paredes, como si en cada congo de oro y cada objeto se escondiera un secreto por descubrir.


En la pared cuelgan las historias de la familia en imágenes que hablan sin parar. Alfonso Fontalvo, actual director de la danza, de la cuarta generación, con una voz suave diálogo con Diana Acosta, quien le hacía preguntas para que los espectadores conocieran la historia y se enamorarán de ella. 


Elías Fontalvo, fundó el Torito Ribeño en represalias al Toro Grande que no le permitía participar por ser un niño, fue así, que constituyó el Torito Ribeño, donde participaban solo niños, por eso le llamó Torito. El nombre Ribeño no era un capricho, era un tributo al río que les dio vida, música y tradición. Las palabras de Alfonso envolvían a los presentes, quienes, con ojos encendidos, preguntaban con avidez por los detalles que escondía cada elemento.


Mientras en la sala, Alfonso Fontalvo contaba la historia a los visitantes, en el fondo los demás miembros de la familia se alistaban para el gran desfile, unos se ajustaban los vestidos, otro se encargaba de dibujar corazones en fondo blaco en las mejillas de los participantes de la danza.


El tiempo pareció detenerse en ese museo, pero la tradición no espera. Cuando las agujas del reloj marcaron las once, la orden fue clara: había que partir. Antes de enfrentarse a la fiesta, la danza debía rendir homenaje a quienes dieron los primeros pasos. La danza emprendió su camino hacia el cementerio Calancala, donde las tumbas de los fundadores los esperaban con sus lápidas serenas. Allí, los congos más grandes tomaron sus tambores, y con golpes secos comenzaron a despertar la memoria de los muertos. 


El ritual era un pacto silencioso entre los vivos y los muertos. Los congos no pedían, solicitaban permiso para bailar. Solo después de que los tambores silenciaban su eco, sabían que la bendición estaba dada. Con los cuerpos sudorosos y el alma ligera, la comparsa dejó el cementerio, rumbo a la vía 40, donde el carnaval ya rugía con su propia música.


Al llegar al desfile, el ambiente se transformó. La solemnidad quedó atrás y la furia del Torito Ribeño se desató con el primer golpe de tambor. Los congos más grandes irrumpieron con su baile peculiar, pisando fuerte como si marcaran el territorio. Los niños, disfrazados de toros, tigres, burros y tigrillos, se movían con picardía, arrancando risas y aplausos del público. Detrás, las negras avanzaban al ritmo frenético de la tambora, con sus faldas ondeando como banderas de libertad.


Los aplausos y los gritos se mezclaban con el sudor y la música. Era imposible no sentir cómo la emoción los embriagaba, como si cada paso fuera una conversación con quienes ya no estaban, pero bailaban desde otro plano. El desfile se convirtió en una celebración de la vida y la memoria, donde la muerte no era ausencia, sino compañía.


Cuando la comparsa se perdió entre la multitud, quedaba claro que el Torito Ribeño no solo bailaba por tradición, sino para recordarle al mundo que la memoria, cuando se honra, nunca deja de danzar.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Publicidad Final