Guerra comercial EE. UU. - China: un duelo que redefine el orden mundial

Archivo particular

Imaginemos dos gigantes enfrentados en una batalla de titanes. De un lado, Estados Unidos, la superpotencia del consumo y la innovación. Del otro, China, la fábrica del mundo, que ha pasado de ensamblar productos a competir con fuerza en tecnología. Desde 2018, estos colosos libran una guerra comercial que ha sacudido la economía global, encarecido productos básicos y puesto a prueba las cadenas de suministro. En medio del conflicto, países como Colombia podrían encontrar una oportunidad única —si saben jugar sus cartas.

Durante su primer mandato, Donald Trump impuso aranceles del 25 % a cientos de productos chinos, acusando a Pekín de "robo de propiedad intelectual". Hoy, la confrontación ha escalado: Washington ha elevado tarifas hasta el 145 %, mientras que China ha respondido con aranceles del 125 %. El impacto se siente no solo dentro de sus economías, profundamente interdependientes, sino también en todo el mundo.

Los productos agrícolas estadounidenses —soya, maíz, carne y lácteos— han perdido competitividad, afectando directamente a los estados agrícolas del medio oeste. Las exportaciones se desaceleran, los precios bajan y los subsidios federales aumentan. Al mismo tiempo, los consumidores enfrentan un aumento en la inflación debido al encarecimiento de bienes clave importados desde China.

Pero Estados Unidos también depende de su rival. El gigante asiático es clave en la producción de minerales raros, esenciales para fabricar semiconductores y autos eléctricos. La decisión de Pekín de restringir su exportación ha disparado los costos y golpeado a compañías como Apple y Tesla, que ahora buscan reubicar sus operaciones fuera de China, a un costo considerable. La presión ha llevado incluso a Trump a insinuar que los aranceles “podrían reducirse”, una señal de que la estrategia empieza a mostrar fisuras.

La resistencia silenciosa de China

Mientras Washington responde con sanciones y declaraciones altisonantes, China mantiene una estrategia discreta, pero firme: resistir, diversificarse y avanzar hacia la autonomía tecnológica.

Pekín ha redireccionado exportaciones hacia Asia, África y América Latina, mientras promueve el uso del yuan en acuerdos bilaterales para reducir su dependencia del dólar. Internamente, invierte de forma agresiva en gigantes como Huawei y SMIC, que lideran el desarrollo de chips y software de fabricación nacional, acelerando el camino hacia la independencia tecnológica.

Aunque algunas industrias han sufrido por la caída de pedidos estadounidenses, el gobierno chino ha respondido con subsidios estratégicos y acceso a nuevos mercados, logrando mantener cierta estabilidad.