Durante esa época, Estados Unidos permitió que economías aliadas y rivales aprovecharan el acceso libre a su mercado, mientras mantenían políticas internas que protegían su producción. Esta dinámica contribuyó al estancamiento manufacturero estadounidense y a la dependencia de bienes importados, especialmente de Asia.
El caso chino es el más crítico. Con subsidios estatales, control de la propiedad intelectual y una acelerada expansión industrial, China pasó de tener un PIB per cápita inferior al de países africanos a convertirse en una superpotencia económica que rivaliza con Washington. Este crecimiento alimentó presiones sobre el empleo y la balanza comercial norteamericana.
A esto se suma la estrategia de empresas chinas como BYD, que buscan instalar plantas en México para acceder al mercado estadounidense mediante tratados de libre comercio, generando nuevas tensiones sobre la industria automotriz norteamericana y la necesidad de revisar acuerdos comerciales vigentes.
Frente a este escenario, expertos recalcan que Estados Unidos debe impulsar una reindustrialización real basada en la reciprocidad. Para sostener su influencia global, el país necesita reconstruir su base productiva y dejar de ser el mercado que absorbe los excedentes del mundo, equilibrando sus alianzas y fortaleciendo su competitividad.


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